A diferencia de muchos otros robots construidos para el hogar, Fribo no pretende ser social en sí mismo, sino fomentar la socialización en otros, alentando a enviar mensajes de textos entre sí. De esta forma, si cada uno tuviera uno de estos, se crearía una suerte de espacio de vida virtual donde las personas jugarían la ilusión de estar reunidas, aunque físicamente asiladas.
Novedoso, sin lugar a dudas, pero controversial. Algunos lo comparan con las redes sociales a las que ya estamos acostumbrados y donde nos hemos adiestrado para compartir cada detalle de nuestra vida como si se tratara de un zoológico; pero somos nosotros quienes decidimos qué exponer en el muro y qué esconder debajo de la alfombra. Con Fribo no sería así. Por lo que, por buenas intenciones que tenga el proyecto en la teoría, en la práctica rasguña derechos tan cuidados (y ciudadanos) como la privacidad.
¿Queremos vivir en una especie de Big Brother donde todos conocen cada movimiento de nuestra intimidad? ¿Realmente impulsaría a la socialización de las personas? Un problema tan arraigado hoy en día requiere de políticas sustanciales, de fondo, capaces de perdurar en el tiempo y enfrentarse cara a cara al desinterés que hemos cultivado por el otro en esta sociedad individualista donde el parecer es siempre más que el ser y el tener más que el estar. ¿Pesimista? Quizás. Ojalá fuera tan fácil; ojalá me equivoque. Bienvenido, Fribo.
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